Tuesday, December 12, 2006

Angélica


Redundante decir que su mirada es inolvidable. El resto de sus facciones, sus manos, piernas pueden mezclarse entre la bruma del amanecer, hacía un nuevo horizonte. Mas ese par de puntos negros luminosos que se te clavan con un movimiento de labios detenido, te arrastran como una caricia siempre presente en la boca, aliento que penetra torciendo al placer y pudor para formar en ellos un hilo de atadura, el mismo que mantiene la mano sujeta a la frente, articulada detrás de un puño que no termina de cerrarse, cabello perdido entre la penumbra de una habitación donde ondula a manera de llanto. El grito de otra mujer imposible de apreciar por encontrarse en el piso de abajo reclama que se ponga en movimiento.

Concentrando de nuevo la atención en ella, pareciera que no desea menearse de la silla, como si ella se plasmara una eternidad tras la mesa, sobre la tela. Sin embargo, se mueve con una lentitud apenas perceptible; primero en su brazo derecho, el puño que finalmente se cierra; la frente que se echa hacia atrás, el pelo que se sacude...

Un segundo basta para que la silueta de mujer se pierda en el fondo y surja la de un hombre fornido, un poco gordo, dirigiéndose al punto por donde ella se perdió o volvió a perderse una vez más. De nuevo la voz, chillante, retiembla en la escena apremiando el acto, porque el negocio se le puede ir al carajo.